La ciudad, quieta, con el tic-tac de las doce de la noche y el anuncio de un nuevo día, que se convierte en el más largo sin ser solsticio, cada respiración, produce un estertor al más allá, de la sin razón de una ciudad perdida, de una ciudad fantasma. El día anterior, era la ciudad en su agonía, la ciudad de la furia, la ciudad de la violencia, el calor en 40 grados centígrados, las horas en segundos se convirtieron, algo los llevaba a ir más rápido, sin explicación aparente. Cuando el primero de ellos, empezó a correr, como naipes, cuerpos sobre otros empezaron a caer, la ciudad se convirtió en un mar de cuerpos inertes: El cajero del banco, cayó en su sitio, la señora con las bolsas del mercado, cayó en medio de la calle, el chofer del autobús cayó sobre el volante y así cada cual en su momento y quehacer cotidiano.
Convertida en ciudad fantasma y con el anuncio de un nuevo día, se fue convirtiendo en el más largo sin ser solsticio, cada cuerpo en medio de la soledad; extraña soledad, respira sin conciencia, respira, pero no está. Todas las campanas de las iglesias en la ciudad, comenzaron a sonar, torturando cada cuerpo, aplastando cada conciencia.
El pavimento se convirtió en un hervidero, la tierra se abrió y desde las entrañas, como estelas emergieron cuerpos traslúcidos, que flotaban en el aire. En la ciudad ya no cabía un cuerpo de esta extraña apariencia, pero todos pertenecían a ella.
Los demás cuerpos yacían en el piso, respirando. Por un día, el más largo de todos los tiempos, los muertos, convivieron en paz como vivos, en la ciudad de la agonía... Era el mes de un verano de la no existencia.
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