Aquel hombre con sus manos callosas, de tanto hojear la prensa, extrañamente corroídas por el tiempo del nunca jamás, del triste por venir... de ojos cansinos, y de mirada perdida, no se ha levantado en tres días de su butaca lacerante, encadenado a la conciencia inmisericorde de quien pierde total libertad, quedando solo la nada acompañanada de repentinas arrepentidas que hieren pero no matan, desangrándose hasta el desmayo.
Tres días en su butaca lacerante, el tímpano destrozado de tanto escuchar lo mismo, quedando sordo de por vida, acostumbrado a los días y a la rutina, solo imagina lo que escucha, el objeto de su sordera. La radio suena día y noche, con sus manos temblorosas mueve la aguja del dial de un lado a otro, cada vez con desesperante nostalgia, el oído sordo imagina escuchar lo mismo en cualquier estación de radio, ya destrozado sangrando hasta la muerte del sonido.
Sobre la butaca yace el cuerpo desmayado y sin conciencia, sin el tiempo de soslayo que lo pueda calmar con la esperanza de cualquier cosa: algo, peor que nada. A un lado de la butaca quedan la prensa y la radio.
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